La migración infantil no acompañada, ¿es una causa o una consecuencia? ¿Estamos ante el clímax de un problema que está por resolverse? ¿O esto es apenas el comienzo de una crisis humanitaria internacional de proporciones descomunales? Más allá de eso, hablamos de personas, de historias, de redes humanas.

Aunque muchos se muestren sorprendidos, la migración infantil es algo que siempre ha estado ahí. Nosotros, habitantes de la frontera, sabemos que los papás tratan de unir a los suyos. Un empleo, un espacio para vivir bastan para que el padre o la madre que emigró decida que quiere reunir a la familia nuevamente.

Entonces, empieza la odisea. Reúne dinero, busca los contactos en Estados Unidos o en su país para que le puedan traer a sus pequeños. Imagina los peligros que podrían vivir sus chiquitos, pero jamás visualiza el infierno que habrán de enfrentar.

Además, para hacer más complejo el escenario, se suman aquellos menores que se trasladan solos en busca de un familiar que les acoja.

Pero este drama no solo atañe a las familias. Se trata de una situación que ha llevado a los gobiernos y a los países involucrados a un aprieto porque no cuentan con instituciones ni presupuesto que les permita enfrentar este fenómeno social y humano.

Estos días hemos visto las limitadas respuestas de los gobiernos. Para Estados Unidos la solución ha sido capturarlos y detenerlos en estaciones migratorias.

México y los países centroamericanos se han limitado a seguir las instrucciones de Barak Obama: detengan a los migrantes.

Pero la situación es más compleja. La migración infantil que hemos visto en los medios de comunicación es solo la punta de un iceberg que oculta condiciones sociales sobre las que vale la pena reflexionar.

De todos es sabido que la calidad de vida en los países expulsores se ha deteriorado de manera creciente. Los niveles de seguridad, educación y salud muestran signos alarmantes. A nosotros nadie nos lo tiene que contar: en México esta situación la vivimos día a día.

Frente a esta realidad, cuando Obama pide a los gobiernos mejorar las condiciones de vida de la población para que no emigren, solo le faltó darles la varita mágica. ¿Será que en unos días se pueden revertir condiciones de desigualdad que han prevalecido durante siglos?

¿Será que Estados Unidos de verdad quiere frenar la migración ilegal definitivamente? ¿Le conviene?

Durante décadas, el trabajo ilegal le ha permitido a este país mantener su nivel de vida. La mano de obra barata, aunque rechazada socialmente, ha sido la base de gran parte de su riqueza… aunque no lo quieran reconocer.

¿Por qué el país voltea hacia otro lado y deja pasar a los padres, pero cuando se trata de los niños muchas veces, la mano del Estado no los deja pasar?

Porque los adultos le significan ganancias y los pequeños exigencias. A ellos hay que darles escuela, salud, alimentos, y significan una inversión a muy largo plazo para un país en crisis.

No olvidemos que esta crisis no solo se vive en territorio norteamericano. Muchos lugares de Centroamérica conocieron la bonanza cuando las Bases militares operaban en esas zonas.

Una buena parte de la economía en comunidades de Panamá, El Salvador, Nicaragua y Honduras se movía alrededor de los servicios que ofrecían a estas Bases. Cuando los norteamericanos dejaron de ver una amenaza en el comunismo, los estadounidenses no solo se llevaron sus Bases, también se llevaron la mayor parte del bienestar de esos lugares.

De tal forma que, frente a la carencia de oportunidades, los flujos migratorios pasaron de ser de casos aislados a ser un mar creciente de migrantes. Algo que ningún gobierno pudo contener.

Y no podrá. Aunque Barack Obama (Estados Unidos), Enrique Peña Nieto (México), Juan Orlando Hernández (Honduras), Salvador Sánchez Cerén (El Salvador), Juan Carlos Varela (Panamá) o Daniel Ortega (Nicaragua) emitan sendos decretos, sin atender las verdaderas causas del problema, solo seguiremos paliando las consecuencias.

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