Hace unos meses escribí sobre los sentimientos encontrados que tenía sobre los Xoloitzcuintles, el primer equipo de Tijuana en llegar al máximo circuito del futbol mexicano.

Faltaban unos días para el inicio de la temporada, y no estaba seguro de qué pensar de este equipo que lleva el nombre del canino más feo del mundo. No conocía a los jugadores y no me agradaba la idea de apoyar a un equipo cuyos dueños son la familia de Jorge Hank Rhon, el ex alcalde de Tijuana y una figura controversial en la región.

Siendo un gran aficionado del futbol, pero siempre con lealtades hacia equipos lejos de la frontera, me sentí algo obligado a apoyar al equipo de mi ciudad natal y compré un xolopass, o tarjeta de acceso a todos los partidos del equipo como local. Con excepción de un juego al que no pude asistir porque estuve fuera de la ciudad, estuve presente en todos los partidos.

Con un récord de apenas tres triunfos, ocho empates y cinco derrotas en su primera temporada (con un partido pendiente este domingo contra Pumas), la próxima temporada de los Xoloitzcuintles podría ser la última ya que continúan peligrosamente cerca del descenso.

Por lo pronto, ir al Estadio Caliente a ver partidos de primera división ha sido una experiencia que jamás olvidaré, aunque hay muchas cosas aún por mejorar, incluyendo el estadio que aún está en plena construcción.

Las varillas del edificio que alberga palcos de los costados se asoman de entre ladrillos aún sin pintar. Los palcos de ultra lujo, en donde se sienta la gente adinerada que llega al estadio en autos último modelo y con escoltas de seguridad, parecen estar hechos más para un toreo que para un estadio de futbol.

El estadio en sí parece una isla en un mar de grava y polvo, por lo que es indispensable llevar zapatos cómodos. Las paredes sin pintar de los baños y las rejas de sus ventanas altas pueden hacerte sentir como si estuvieras en una prisión. Hasta el palco de la prensa, que alberga a los medios nacionales, parece haber sido construido temporalmente. Además, no fue sino hasta casi el final de la temporada que se instalaron las luces del estadio para albergar partidos en la noche.

Pero a pesar de las carencias estéticas, el estadio está lleno de ambiente e ilusión con aficionados de ambos lados de la frontera.

En cada viaje a los partidos me encontré con gente de San Diego, tanto hispanos como anglosajones, y el estadio tiene un ambiente familiar ya que muchos padres llevan a sus niños. Para los pequeños, los peligros más grandes son escuchar groserías o recibir un baño de cerveza, ya que muchos aficionados tienen la manía de lanzar sus vasos al aire cada vez que el equipo anota gol. Por fortuna para los niños, esto no ocurre tan seguido como quisiera el resto del estadio.

Durante toda la temporada estuve contemplando comprar una camiseta del equipo para así caminar por las calles orgulloso de ponerme los colores de los Xolos. Pero es difícil convertirte en ese tipo de aficionado en solo una temporada.

En los primeros partidos estuve sentado y callado observando el partido desde mi asiento, y me importaba poco ganar, perder o empatar. Pero conforme transcurrió la temporada aumentaron las emociones, los gritos y los baños de cerveza.

Para el último partido ya conocía los nombres de todos los jugadores, y desde mi asiento les reclamaba cuando se equivocaban y les aplaudía sus buenas jugadas, como si fuera su técnico. Canté el olé olé junto con el resto del estadio, hice la ola y empecé a conocer a mis vecinos en las gradas.

Todavía no se sabe si los Xolos seguirán en primera división. El estadio aún no está listo. Yo todavía estoy indeciso si me compro o no una camiseta del equipo. Todo está en el aire. Pero una cosa sí está segura: apenas acaba de terminar esa temporada, y ya estoy ansioso porque empiece la otra.

¡Vamos, Xolos!

Hiram Soto es columnista de Enlace, el semanario en español de San Diego Union Tribune. editorial@mienlace.com