San Diego

Abundan las estafas

Por tarjetas de crédito, en internet, por correspondencia, hay cientos de formas de que los ladrones obtengan tu información

Desde el momento en que colgó el teléfono tuvo el presentimiento de que algo estaba mal. Se lo dijo su sexto sentido, ese sistema de alarma que se encuentra entre los dos hemisferios del cerebro que suele advertirnos de peligros ocultos.

Momentos antes había recibido una llamada automatizada del Banco de América advirtiéndole que había un problema con su tarjeta de débito. Seguramente alguien intentó usarla sin autorización, pensó mi suegra, y prosiguió a seguir las instrucciones de la voz de una mujer robotizada.

Confirmó su número de tarjeta. Los tres números al reverso de la tarjeta. Su apellido de soltera. Los últimos cuatro números de su tarjeta de Seguro Social. Su contraseña. En pocas palabras, todo lo que necesita un ladrón para tener una buena tarde.

"Creo que hice algo que no debí haber hecho", comentó unas horas después con un tono sobrio y frío, como si fuera una confesión que no podía esconder más. Ella había trabajado 20 años en un banco y sabía que las cosas no se manejaban así.

Por fortuna alcanzó a llamar al banco y cancelar su tarjeta antes de que los ladrones la usaran para hacer sus compras navideñas. Sin embargo, fue poca su consolación, pues había caído en una de las muchas estafas a las que estamos expuestos todos los días.

Están en nuestros buzones de correo electrónico, en las cartas que llegan a casa, grabadas en la contestadora de nuestros teléfonos, en las subastas por internet, a través de inversiones fantasmas o en la forma de productos que no cumplen con lo que prometen. Pueden llegar por Facebook o Twitter, o por medio de un mensaje de texto.

Hace unos días recibí una carta de un lector que cuenta que pagó casi cinco mil dólares por un plan médico que consistía en revisiones de las arterias del corazón, así como otras pruebas médicas para él y para su esposa, un servicio importante dada su edad.

La compañía cobró el dinero y desapareció.

"Todo parece indicar que éste es otro ejemplo de abusos al consumidor que va a pasar a la historia como impune", se lamentó Mario Meza de San Diego, quien escribió cartas a las autoridades locales y estatales denunciando a los estafadores.

Detectar una estafa es más difícil de lo que parece.

El otro día mi esposa recibió un correo electrónico del IRS en donde se nos informaba que el cheque que utilizamos para pagar nuestros impuestos había rebotado, y que ahora éramos evasores de impuestos.

Lo extraño es que este año sí tuvimos que pagar impuestos, y sí habíamos mandado un cheque. A pesar de que yo trabajo todo el día con internet, me tomó unos 10 minutos concluir con certeza que se trataba de un fraude cuyo objetivo era que mandáramos otro cheque.

Este mes los autores de las famosas estafas de Nigeria incluso comenzaron a circular correos electrónicos supuestamente provenientes de la Secretaría de Estado, Hillary Clinton, en donde ella misma autoriza el depósito de millones de dólares en la cuenta de un banco africano a un ganador afortunado en Estados Unidos.

Parece difícil de creer, pero cada año hay miles de personas que se creen las ofertas de Nigeria y pierden dinero. Incluso conozco a dos personas que viajaron a Nigeria supuestamente a cobrar el dinero y fueron asaltados.

En estos tiempos tan difíciles es entendible que muchos quieran creer que han ganado algo o que han encontrado una oferta que les ahorre unos dólares, especialmente durante esta época navideña.

Este año una de las estafas más populares parecen ser las subastas por internet, en donde una persona compra un producto, el estafador se lo cobra al comprador, después el estafador utiliza una tarjeta de crédito robada para comprar el producto al vendedor original, y el comprador inocente termina comprando un producto robado.

Seguramente la tarjeta de crédito de mi suegra sería utilizada para esta estafa.

Pasaron un par de días para que se le pasara el enojo que sintió hacia ella misma por haber caído tan fácilmente ante una simple llamada telefónica que ni siquiera involucraba a una persona en vivo. Pero aprendió una gran lección.

"Si tienes dudas de algo es mejor no dar información", dijo. "Una vez que la das ya no puedes pedir que te la regresen".

Hiram Soto es columnista de Enlace, el semanario en español de San Diego Union Tribune. editorial@mienlace.com

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