Mi vecino es el macho más macho del vecindario

Columna

Mi vecino tiene un tremendo complejo de inferioridad.

Todos los días en la mañana, un poco antes de que salgan los primeros rayos de sol, sale de su casa a cantar a todo pulmón para demostrar quién es el macho más macho del vecindario. No lo puede evitar. Es su manera de ser.

Estoy hablando, por supuesto, del gallo que vive a un lado de mi casa.

Se mudó al vecindario hace unas semanas junto con su familia polígama de gallinas. Vive en un gallinero que mi vecino, el ser humano, está convirtiendo en una fábrica de huevos. Sé esto porque el otro día me ofreció huevos, pero me dijo que tenía que esperar hasta octubre cuando las gallinas estuvieran listas.

Yo no soy mucho de comer huevos. Quizá los fines de semana. Entre semana, los desayunos en mi casa consisten en cosas sencillas como pan con mantequilla, frutas y yogurt. No tengo tiempo para hacer algo más. Pero desde que el gallo me despierta a las cinco de la mañana, tengo más que suficiente tiempo para hacer desayunos más elaborados como huevos estrellados con nopales estilo pico de gallo. Pero últimamente no he estado de humor para hacer huevos.

Mi vecino no es el único que tiene gallinas en el vecindario. A una cuadra hay otra familia que también está criando estas aves, y otro vecino me platicó que sabía de otros dos hogares cerca que han sido convertidos en granjas urbanas.

Los gallineros en las ciudades y suburbios del país son un fenómeno que ha estado en creciendo los últimos años. De hecho, este año la ciudad de San Diego suavizó sus leyes para permitir que prácticamente todos los hogares del municipio puedan criar hasta cinco gallinas.

Hay ciertas reglas que seguir. El criadero debe estar a cinco pies del límite de la propiedad que se encuentra a un lado, y a 13 pies del límite de la propiedad que se encuentra en la parte de atrás. Además, está prohibido tener gallos, pero creo que mi vecino no lo sabe.

La ciudad dice que hay muchos beneficios de criar gallinas, incluyendo huevos más nutritivos (aparentemente contienen más vitamina A y E), ahorros en el costo de energía de empaquetar y transportar huevos, y que además los consumidores saben que las gallinas fueron tratadas humanamente.

Además de gallinas, la ciudad también aprobó la crianza de chivos y abejas. Supongo que esto tiene que ver con la ilusión de tener un estilo de vida moderno que promueve la agricultura urbana y el consumo responsable de alimentos. Al principio no se me hizo tan mala idea despertar temprano con el canto de un gallo, como en los ranchos. Es más, algunas mañanas aproveché para hacer ejercicio y leer algunos libros que no he tenido tiempo de leer durante el día.

Pero conforme pasaron los días me di cuenta de que cuando se trata de despertadores, prefiero los que puedes programar para que despierten a la hora que mejor te convenga y con tu canción favorita.

Debo tener cuidado como le digo a mi vecino que desaparezca al ave. En los más de 10 años que tengo de conocerlo, sé que puede ser más bravo que un gallo de pelea si uno no le habla bien. Es uno de esos tipos que puede hacerte la vida de cuadritos si la relación no está en buenos términos.

Por eso el otro día a las cinco de la mañana me puse a escribirle una carta avisándole que los gallos están prohibidos y pidiéndole de favor que se deshaga del animal. Que lo lleve a un rancho donde pueda demostrar su machismo cuantas veces quiera y a la hora que quiera.

Espero que eso resuelva el problema, aunque mi vecino no me regale huevos en octubre.

Yo, en lo personal, prefiero gastar tres dólares cada dos semanas para comprar un paquete de huevos en la tienda y evitarme la molestia de alimentar gallinas y lidiar con un animal inseguro que constantemente tiene que demostrar que es fuerte y poderoso.

En este mundo ya tenemos demasiados machos.

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Hiram Soto escribe para Enlace, el semanario en español del UT San Diego

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