Una realidad dura de aceptar

Abraham Nudelstejer • columnista

El sábado pasado me animé a tomar mi carro para ir a Tijuana y presenciar el partido entre los Xolos y el León.

Tenía curiosidad de comprobar lo que tanto se dice: que el equipo de futbol de Primera División se ha convertido en la nueva identidad de nuestra vecina ciudad.

En mi recorrido me di cuenta de que es real y espontánea la efervescencia por el club que tiene como apodo el complicado nombre de la raza de un perro de origen mexicano.

Definitivamente, las calles de Tijuana están llenas de Xoloizcuintles.

Vallas publicitarias en los edificios más altos, anuncios pintados en las bardas y mantas afuera de los bares y restaurantes adornan la metrópoli con los colores rojo y negro, los colores de los Xolos.

Mi camino hacia el Estadio Caliente me llevó a recorrer el boulevard de los Héroes.

Sobre los camellones y glorietas de esta vialidad pueden apreciarse las estatuas de personajes que han contribuido a la evolución de nuestra historia.

Ahí está la figura de Abraham Lincoln, el presidente de Estados Unidos que rompió por mandato la cadena de esclavitud que ataba a los hombres y mujeres de raza negra.

Más adelante está la estatua de Lázaro Cárdenas, el mandatario mexicano que le devolvió a su país la soberanía petrolera al expropiar los pozos del oro negro a las empresas británicas.

Mientras disfrutaba la decoración rojinegra de los Xolos que invade a Tijuana, y observaba las enormes figuras de hierro de personajes históricos, un par de ojos tristes me hizo regresar a la realidad.

"¿Tengo hambre, me puede ayudar con algo?", me dijo un hombre de edad avanzada que se desplazaba ayudado por un par de muletas mientras yo esperaba que la luz del semáforo cambiara de rojo a verde.

Al proseguir mi camino, una nueva señal de tráfico hizo que detuviera la marcha de mi vehículo.

"Ayúdeme con lo que sea por favor, tengo frío", se me acercó implorando un joven con una camiseta sucia y roída.

Con los brazos encogidos mientras temblaba sin control por la gélida temperatura que azotaba a la región, el muchacho esperaba con ansias recibir un par de monedas.

Mi paseo por el boulevard de los Héroes se convirtió entonces en un triste peregrinar por el boulevard de los Mártires.

Ver esas escenas de pobreza, de miseria, de desesperanza no es lo que yo iba buscando cuando alegremente subí a mi carro para ir a presenciar un partido de futbol de la Primera División mexicana.

Es cierto que Tijuana está ahora en boca de muchos porque su equipo logró el título de campeón de la Liga MX.

Es cierto que los Xolos se han convertido en una gran historia de éxito digna de ser resaltada.

Es cierto que la ciudad fronteriza más grande de la República Mexicana es cuna de un equipo de futbol amado y venerado por sus residentes.

Si el futbol lo fuera todo, Tijuana sería el lugar ideal, el lugar perfecto, el lugar donde la felicidad no tuviera límite alguno.

Desafortunadamente, el éxito del equipo de futbol de Tijuana no corresponde a la realidad en la que viven miles de sus habitantes.

Jóvenes, viejos, mujeres, hombres y niños subsisten de las limosnas de la gente que como yo, vamos a Tijuana buscando diversión y nos encontramos con la cara de la desolación.

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