Tras las huellas de la Nación

En esta, la segunda de tres partes, el crítico Julio Aibar nos guía tras las huellas de aquello que nos hace “nación”. Con esta colaboración, Julio continúa su columna semanal en San Diego Red.

La desnacionalización que menciono en el artículo anterior fue advertida como amenaza cuando los síntomas de disfuncionalidad del régimen priísta eran más que evidentes.

Asimismo se vislumbraba, a partir del contexto internacional, que la salida se perfilaba como una profunda redefinición de las relaciones de poder.

Esto casi no se recuerda, pues el aplastante sentido común neoliberal de los últimos años, hizo olvidar que en la década de los setenta y comienzos de los ochenta, desde diferentes sectores de la izquierda no ortodoxa, se revalorizó la cuestión nacional.

Aunque había diferencias interpretativas, esos sectores compartían un eje fundamental: entendían a la historia mexicana como un largo proceso de luchas que intentaron dar a la Nación un contenido popular.

Así, su objetivo fue resignificar esas experiencias para convertirlas en un referente para el presente. Las propuestas recuperaron elementos del nacionalismo revolucionario y las experiencias populares asociadas a éste y derivaron de ahí una idea renovada de Nación y de los sectores sociales capaces de emprender un proyecto de transformación social.

Aquí resumiré la postura de uno de esos sectores que visualizó el cambio de época y anticipó el posible dominio neoliberal. En la próxima entrega haré lo propio con una corriente de filiación socialista que señaló la importancia analítica y práctica de la cuestión nacional.

Rolando Cordera y Carlos Tello, en México. La disputa por la Nación (1981), entendían que se vivía una coyuntura política y económica clave. Destacaron la urgencia de redefinir los sentidos de la Nación y del nacionalismo, para hacer frente a la inminente ofensiva neoliberal.

Sostenían que en México siempre existió una relación estrecha entre reformas económico-sociales y la puesta en acto de una ‘política de masas’. Esto es, que toda transformación profunda en el modelo de desarrollo, implicó un proceso de reformas promovidas por el Estado que tuvo como principales destinatarios y actores a las masas populares.

Ello tuvo dos consecuencias importantes: por una parte, la consolidación de una relación estrecha entre los sectores populares y el Estado, que redundó en beneficios concretos y en una fuerza social fundamental para concretar procesos de reformas. Por otra, la fructífera relación entre reformas y política de masas, evidenció que el Estado sólo podía alcanzar su consolidación por medio de la inclusión —al menos parcial— de los sectores populares en el modelo de desarrollo.

Señalaron que las grandes masas del pueblo, en los hechos, buscaron que sus organizaciones elementales (sindicatos, ejidos), actúen como sus partidos en alianza con el Estado.

Aunque puede discutirse si esto era o no expresión de su atraso político, decían, era innegable que esa situación estaba arraigada en la historia más profunda del pueblo mexicano. Así, podría comprobarse que, en momentos cruciales, ese arraigo le sirvió a la Nación para avanzar, al Estado para fortalecerse y a las masas para mejorar sus situación.

Esa descripción de la relación entre Estado y organizaciones de masas, que fue objeto de todo tipo de críticas (atraso político, negación de la conciencia de clase, manipulación política), adquiere desde la perspectiva de Cordera y Tello, un carácter diferente. No se trataba de un uso político por parte del Estado de su relación con las organizaciones sindicales, sino más bien de participación política real de las masas a través de las organizaciones sindicales que establecían alianzas con el Estado.

Lejos de las ideas dominantes en la actualidad del circuito cooptación-corporativismo, Cordera y Tello afirman que las organizaciones cumplieron funciones muy diversas (representación política, capacidad de ejercer presión sobre el gobierno, expresión de demandas sociales, económicas y políticas), siempre a partir de una relación de colaboración con el Estado.

Para este sector de la izquierda nacionalista, el Estado, lejos de ser un simple instrumento de clase, era reconocido por su capacidad de construir y proteger los intereses de la Nación, la cual encarnaba en buena medida, los intereses de los sectores populares. Por ello también, el Estado nacional que dio origen la Revolución y el pacto social sobre el que se erigió todo el modelo de desarrollo posrevolucionario, aún podía ser la base de un modelo que contemplara las necesidades de los sectores de la población que no habían sido incorporados.

El protagonismo de lo popular se debía, por una parte, a que fueron esos sectores los más postergados a lo largo de la historia y también a que ellos contribuyeron al desarrollo nacional y en nombre de quienes se hizo la Revolución. Por ello su inclusión era la condición necesaria para que el proyecto nacionalista se realizara: no hay proyecto nacional sin su integración.

Cuando los autores hablaban de nacionalismo referían a: un proyecto que recoge los postulados básicos de la Revolución; constitucionalismo; protagonismo de los sectores populares; preeminencia del Estado en la concreción del proyecto y finalmente, defensa de la Nación frente a la amenaza que significa la cercanía de los Estados Unidos. Acciones defensivas que conforman toda una tradición de lucha y de posiciones políticas frente a la potencia imperialista y un ‘conjunto de postulados’ que tienen por objeto la creación de un espacio político y económico nacional.

El nacionalismo se identificaba entonces, con el ideario que asociaba nación con nacionalización: acciones que buscan devolverle a la Nación sus bienes, arrebatárselos a los particulares que intentaron beneficiarse a costa de las mayorías. Pero Nación no se entendía simplemente un conjunto de personas o de grupos sociales. La Nación alcanzó su máxima expresión en el Estado nacional y precisamente por ello el Estado es, en ese proyecto, una pieza clave para su concreción: tiene un carácter popular porque se erige en representante de la Nación, es también el responsable del cumplimiento de los principios constitucionales y de su defensa, asume la dirección de la economía y reconoce que esta tiene un carácter estrictamente político.

México. La disputa por la Nación, se publicó hace 37 años. Parece que fue ayer.

Julio Aibar es licenciado en Psicología, Master en Teoría Social y Doctor en Ciencias Políticas. Además de ex profesor investigador de la FLACSO- Mexico, es autor de los libros Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana (Le Monde Diplomatique), Vox Populi. Populismo y democracia (coord.), Autoritarismo o democracia? Hugo Chavez y Eco Morales (cocord.), Una lectura crítica del neoliberalismo (cocord.), México: entre el desencuentro y la ruptura (cocord.) y El helicoide de la investigación (cocord.).

Twitter: @agustinyluca

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