En julio de 2017 publiqué la columna “No entendemos que no entendemos”. En ella mencionaba que, “la idea generalizada de que el mayor daño que resulta de la corrupción es que el dinero robado por los políticos deja de utilizarse para el gasto público del país, y que México resolvería muchos, si no todos, sus problemas de tipo económico si los políticos no robaran y esos recursos fueran invertidos en el pueblo, es una visión del fenómeno sumamente corta. El mayor daño que resulta de la corrupción es que inhibe las inversiones y el crecimiento económico, nos hace poco eficientes y eficaces, y daña inmensamente nuestra competitividad como país . . . nos hace una sociedad menos justa y menos segura, una sociedad que parte siempre de la desconfianza.”

Remito a ese texto al contemplar los acontecimientos de los últimos meses, particularmente a la aparente ignorancia, o cinismo, que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha demostrado en relación a las acciones, discurso o cantidades económicas, que para él representan corrupción. En una columna publicada por Macario Schettino el 24 de agosto del 2020 en El Financiero, relata como en el año 2000 cuando él trabajaba para el Gobierno del DF, se le pidió repartir apoyos a las cien colonias más importantes para garantizar el triunfo del candidato del PRD a la jefatura de Gobierno, López Obrador. Schettino menciona que terminó por renunciar ante tal situación, tras comentarle a la entonces Jefa de Gobierno, Rosario Robles, que tales acciones eran actos de corrupción. La jefa de Gobierno tenía otra idea de lo que calificaba como corrupción. Según Schettino, Robles argumentó que corrupción era robar, para ella el uso de recursos públicos para la campaña no era corrupción, era hacer política.

No solo Robles y la mayor parte de la clase política lo ven así, la sociedad mexicana en general tiene una visión distorsionada de lo que es corrupción y el daño de fondo que produce en la estructura no solo del estado mexicano sino de toda nuestra sociedad. Según la RAE, corrupción se define como: acción y efecto de corromper, lo cual a su vez se define como alterar y trastrocar la forma de algo, o echar a perder, depravar, dañar o pudrir algo. Sobornar o recibir un soborno para obtener algún tipo de ventaja o beneficio ilegítimo es un acto de corrupción, al igual que lo es desviar fondos públicos para el beneficio de alguien al que no están destinados. Desgraciadamente, la corrupción no se limita a esos dos actos, existen otros que en muchas ocasiones provocan un daño aún mayor.

El combate a la corrupción es la bandera del presidente y de su cuarta transformación. La palabra la utiliza en promedio alrededor de 10 veces en cada mañanera. Más allá de que en la 4T la corrupción no ha desaparecido, la postura del presidente de ser juez, garante y calificador de la vida moral del país en todos los campos, es en sí mismo un acto de corrupción grave. El presidente busca que solo los actos de corrupción que relacionamos con el verbo “robar” sean los que se reconozcan como tales.

Es innegable el enriquecimiento ilícito de la clase política durante décadas y de muchos mexicanos que desde fuera del gobierno, pero coludidos con él, participaron en la rapiña. Así el presidente se ha apalancado por años de una gran verdad, sin embargo, aparte de esa verdad no existe algo más. Su discurso será el mismo hasta el final: “Se acabó la corrupción”, “no somos iguales”, “no es como antes”. Revisemos la historia, grandes verdades han sido utilizadas para abanderar grandes injusticias y tragedias.

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