El Rey León 2019, menos colorida que 1994

Este fin de semana llega a las salas de cine el proyecto Live Action de la película clásica de Disney

Fotografía por: El Rey León 2019, menos colorida que 1994

El Rey León de 2019 no quiso perderse y es una copia casi exacta a la animación de 1994 de los directores Roger Allers y Rob Minkoff. La dirección es mi principal dilema, no sé si el mérito es de los directores del clásico de hace un cuarto de siglo o de Jon Favreau que recrea la mayoría de las escenas con un realismo impecable en computadora. Favreau sí tiene mérito pero no estoy seguro si es el suficiente.

El Rey León es la historia de Simba, un león que es engañado por su tío Skar para abandonar el reino ante la culpa de haber causado la muerte de su padre el Rey Mufasa. Simba huye y encuentra la amistad alejado del reino que cae en crisis lo que provoca que su amiga de la infancia Nala salga a buscar ayuda y lo encuentra para hacerle ver su lugar en el ciclo de la vida y recuperar el legado de su padre y la manada.

La edición de 2019 es una calca, carece de sorpresas, son 4 nuevos diálogos y dos canciones menos las que le marcan la diferencia entre 1994 y la actualidad. Los tonos son tan realistas que la nueva propuesta aumenta su realismo y pierde magia, color y sentimientos, pues Mufasa nunca está peligro como para perder la vida y tampoco hay alegría cuando Simba “quiere ser un rey”.

Si bien, la película no es mala, tampoco suple o mejora la experiencia de la animación. Simplemente la propuesta en historia y guion no existe, la única novedad es el realismo y la belleza en los paisajes que se pueden apreciar en cualquier documental de National Geographic.

El Rey León es un musical, pero el realismo que manejó Favreau se concentró en la calidad de voces y dejar fuera a las expresiones de los animales, tal y como ocurrió en el Libro de la Selva que dirigió en 2016.

Sigo pensando que no se debe arreglar lo que no está roto, pero mientras sigamos yendo al cine a ver estos parches, se seguirán haciendo películas de los 80 y 90 para las nuevas generaciones, con más realismo y menos magia.

Yo me quedo con el Simba que con alegría sí quería ser rey, en aquel 1994 en el que fui por primera vez al cine a ver una caricatura animada a una sala de cine en Tijuana.

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