El clima no pudo ser mejor en el Valle de Guadalupe. Tan pronto como das la primera vuelta a la izquierda siguiendo el letrero de "La Villa del Valle" encuentras un nuevo mundo. Bajamos las ventanas del auto y dejamos entrar los olores dulces de la naturaleza.
Es posible que sientas que estás manejando hacia la mitad de la nada pero solo continúa siguiendo los señalamientos y verás la hermosa propiedad en el horizonte. Nos detuvimos en Corazón de Tierra pero antes de entrar la restaurant, decidimos caminar por el jardín y observar de cerca la Villa del Valle. Honestamente, sentí que estaba por iniciar unas vacaciones y simplemente me impresionó el escenario.
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Cuando entras a Corazón de Tierra, unas ventanas del piso al techo te dan la bienvenida y permiten que puedas observar el panorama natural. Las mesas son de madera pre-fabricada lo que le da un toque cálido al mezclarse con los acentos de acero.
Agnes nos saludó y nos pidió que tomáramos asiento. Nos sentamos en la esquina más lejana del restaurant, cerca de la gran puerta de vidrio que a la vez servía como ventana. Esa puerta permanece abierta cuando el clima lo permite y entonces el restaurant se llena de las brisas aromáticas del exterior. Simplemente el ver cuando recolectan los ingredientes de tu comida en el jardín es un sentimiento increíble.
Entonces nos llevaron una bolsa de papel café llena de rebanadas de pan casero de Romero, un plato con pesto de hojas de betabel y un plato con quesos de Baja California. El clima rondaba los ochenta grados Farenheit ese día y Agnes nos sugirió probar su Vena Cava Sauvignon Blac. El vino estaba lleno de un sabor frutal mezclado con una deliciosa acidez.
Antes de que pudiera parpadear, el Chef Diego Hernández nos acompañaba en la mesa para charlar un poco. Hablamos sobre sus estudios en la Escuela de Arte Culinario en Tijuana y su experiencia en diversas cocinas de México. Es una persona llena de pasión por la comida y los platillos que crea. Me dio mucho gusto cuando habló sobre el restaurant y sus jardines con tanto amor. Nos explicó la diferencia de la tierra en Baja California y que esa era la razón de que por ejemplo, una zanahoria cultivada ahí tuviera ese sabor tan maravilloso. No puedo evitar que se me enchine la piel cuando veo a alguien tan comprometido con lo que hace.
Su menú cambia diariamente y varía dependiendo de lo que esté disponible en el jardín, las carnes de los ranchos locales y los mariscos frescos de Ensenada. Como cada platillo poseía una hermosa presentación, parecía que cada uno de ellos era una obra de arte.
Nuestro aperitivo fue una ostra con una pizca de aceite de olive y salsa de soya. Un pequeño bocado te permite saborear el océano. La salsa de soya agregó la cantidad suficiente de sal, algo que incrementó los sabores naturales.
El primer tiempo fue una ensalada de rábanos chamuscados, pata de cerdo, flores de Daikon y puré de nabo e hinojo. El rábano era algo mágico. Las patas de puerco tenían una textura sedosa, eran una buena sorpresa al combinarse con lo crujiente de los rábanos y el puré suave.
El Segundo platillo era un tazón con centollos, rábano y menta. En la parte superior había un brote suave de zanahoria que creaba una sopa aterciopelada. Había demasiados sabores en un solo plato. La carnaza del centollo (una especie de cangrejo) multiplicó su dulzura con el brote de zanahoria ligeramente dorado. La simplicidad de agregar un toque de menta incrementaba el nivel de sabor a algo refrescante. Independientemente del clima cálido o no, me terminé todo hasta el último bocado.
