Sin duda Fernando Castro Trenti ha perdido la cuenta de las cientos o miles de personas a las que ha abrazado a lo largo de estos dos meses. Da lo mismo. El abrazo y el levantamiento de mano que más deseaba provocar no se produjeron. Jorge Hank Rhon lo dejó esperando.
El colega Raymundo Riva Palacio sembró la duda en su columna: ¿acudiría Hank Rhon al cierre de campaña en el estadio Caliente? Sí, acudió, aunque su presencia, lejos de ofrecer certezas y generar un mensaje de unidad priista, dejó el camino sembrado de dudas a una semana de las elecciones. Castro Trenti sin duda imaginó la foto que se tomaría dándole un efusivo abrazo al mandamás del Hipódromo, pero la foto no pudo ser tomada. Aunque su equipo de comunicación ha demostrado que no duda en usar el fotoshop de la forma más burda a la hora de falsear imágenes, será imposible que puedan montar un abrazo que no va a producirse.

Hay veces que la cercanía física refleja el tamaño del abismo que separa a dos personas. Al estar sentado a un lado de Castro Trenti luciendo su camiseta con el nombre de Jorge Astiazarán y su gorra de Fausto Gallardo, Hank Rhon tan solo se encargó de reafirmar lo alejado que está del candidato a la gubernatura. Hank Rhon estuvo en el cierre de campaña por la simple y sencilla razón de que fungió como anfitrión en el Estadio Caliente. Castro Trenti fue a la casa de Hank, quien se portó como un anfitrión correcto, sobrio, educado, pero nunca hipócrita. En sus declaraciones dejó muy claro que fue anfitrión del cierre de campaña de los priistas. Los apapachos y sus sonrisas son para sus amigos, el doctor Astiazarán, su médico de cabecera, el hombre que atendió a María Elvia Amaya en sus horas finales y para Fausto Gallardo, el hijo de su compadre que resguarda y administra su gran tesoro equino. Nada más. Al candidato a la gubernatura no le regaló ni una mínima sonrisa, ni una mirada, ni un aplauso mientras hablaba.

A Castro Trenti y a Hank los sentaron juntos por fuerza protocolaria y el candidato hizo lo posible por acercarse al empresario. Lo tomaba del brazo, le hablaba al oído, buscando sin duda la foto que reflejara la inexistente cercanía, pero Hank no le devolvía ni siquiera la mirada. Mi colega Imelda García de ADN Político, que estuvo en el lugar, lo describe puntualmente: a la hora del levantamiento de brazo que intentó forzar el dirigente nacional César Camacho, no fue Hank quien con su mano sostuvo la muñeca de Castro Trenti, sino al revés: Castro Trenti, nervioso y apurado, sostuvo el brazo de su rival que volteaba ausente para otro lado, hacia donde estaba la secretaria general Ivonne Ortega. Todo un símbolo que dice más que mil y un peroratas.
Hank Rhon jamás ha puesto en duda su militancia tricolor ni ha chantajeado haciendo entrever su posible candidatura con otro partido. Es priista, es institucional y sabe tragar sapos sin hacer muecas, pero de ahí a regalar un abrazo hipócrita hay un largo trecho.
Jorge Hank Rhon fue formado en la disciplina partidista tradicional de su padre, el profesor Carlos Hank González. La disciplina de aceptar la ley del agua y el ajo cuando la más alta jerarquía no favorece con la bendición.
Hank Rhon sabe de estas cosas. Vio a su padre aguantar callado y sin chistar cuando su íntimo amigo, José López Portillo, no quiso reformar el Artículo 82 de la Constitución que le impedía ser presidente por ser hijo de extranjero y tuvo que tragarse la humillación de ver cómo le regalaban la presidencia a su enemigo político, Miguel de la Madrid Hurtado. Hank González aguantó callado, retirado en su rancho de Santiago Tianguistenco, esperando la llegada de los tiempos mejores que le traería Salinas en 1988, mientras su amigos Jorge Díaz Serrano y Arturo Durazo soportaban la cárcel.