Un corazón que se detuvo y una broma pesada de la gravedad, han dado vuelcos inesperados en la carrera de Francisco Arturo Vega de Lamadrid. Dos muertos se han encargado de torcer su camino político. La muerte de Héctor Terán Terán impidió a Kiko ser gobernador de Baja California en 2001, pero la muerte de Francisco Blake Mora permitió que hoy sea el candidato del PAN a la gubernatura. Ambas muertes, por cierto, se produjeron en otoño, con trece años de diferencia.
La noche del 4 de octubre de 1998, el corazón del gobernador Héctor Terán Terán dejó de latir. Kiko Vega, entonces alcalde electo de Tijuana, estaba en los cuernos de la luna con una carrera en franco e imparable ascenso. Si el corazón de Terán hubiera seguido latiendo tres años más, Kiko Vega habría sido gobernador de Baja California en 2001, pero la muerte de su padrino y mentor también significó el declive de su estrella ascendente.
Kiko Vega quedó en la orfandad política cuando estaba en su punto más alto, con tres años por delante para brillar con luz propia. La muerte de Terán no solo lo privó de un padrino, sino que lo dejó en las garras de un gobierno estatal de "magallones" que se encargaron de hacerle la vida imposible para que su ayuntamiento, poblado de ediles enemigos, acabara por naufragar. El naufragio de Kiko empezó al anochecer de ese infausto Día de San Francisco.
Pero los astros de la política tienen extrañas alineaciones y a la muerte le da por cumplirse caprichos inexplicables. Un hecho fortuito y totalmente inesperado, daría una nueva oportunidad a una carrera política desahuciada. La cabalística mañana del 11/11/11, la avioneta en donde viajaba el secretario de Gobernación Francisco Blake Mora se desplomó sobre tierra morelense. La ley de la gravedad nunca sabe para quién trabaja. Si esa aeronave hubiera aterrizado normalmente, Kiko Vega no sería hoy el candidato del PAN a la gubernatura de Baja California. Así de sencillo, como le gusta decir a él. La caída de la avioneta levantó al que para entonces era ya un cadáver político. Una rarísima y atípica combinación de casualidades en un PAN sin liderazgo, permitió a Kiko conquistar su soñada candidatura cuando el tren de su oportunidad se había marchado ya de la estación de su vida.
Conocí a Kiko Vega en su primer año como alcalde de Tijuana, cuando periódico Frontera estaba por nacer y yo era un joven reportero de 24 años recién llegado a Baja California. Mi colega Aline Corpus, que entonces cubría la fuente y el jefe de medios, Roberto Karlo López, me lo presentaron en un evento. Me pareció un tipo simpaticón, de aparente trato fácil, de norteña sencillez. Pronto, me di cuenta que la silla de alcalde donde ese tipo sonriente estaba sentado, era una nopalera infestada de víboras. Para mí, recién llegado del Nuevo León de Fernando Canales Claroind, fue una sorpresa ver cómo los panistas bajacalifornianos se hacían la vida imposible entre ellos.
Si evaluamos fríamente los resultados de la gestión, el legado para la ciudad, el desarrollo del trienio y los temas que dominaron en la opinión pública, podemos concluir que Kiko ha sido el peor de los seis alcaldes panistas que han gobernado Tijuana. En su descargo, puedo afirmar que es el único de los seis alcaldes azules que ha tenido que gobernar quemado por el fuego amigo. Kiko gobernó con el enemigo en casa. Nunca un alcalde panista ha enfrentado un gobierno estatal tan hostil. Para Kiko fue el equivalente a intentar tratar con un gobierno de oposición.
A principios de 1998, Kiko Vega y Alejandro González Alcocer protagonizaron la más cerrada contienda interna panista en busca de la candidatura a la presidencia municipal de Tijuana. Kiko la ganó por siete votos y las malas lenguas aseguran que sus métodos de operación no fueron precisamente éticos. Ricardo González Cruz fue el operador de mano izquierda de dicho proceso. González Alcocer y sus "magallones" jamás perdonaron la afrenta. En la calle, Kiko Vega le ganó la elección al priista Amador Rodríguez. En la mitad del verano de 1998 era ya el flamante alcalde electo de Tijuana y el futuro se anunciaba prometedor y con viento favorable. Si los astros de la política seguían alineados, Kiko Vega sería el potencial y más seguro sucesor de Héctor Terán. Pero los astros se desalinearon por un inesperado cataclismo la noche en que el corazón de Terán se detuvo. Las anécdotas de lo que sucedió en esa "noche de los demonios" podrían conformar una novela de espionaje e intriga política. El llanto de Elorduy, Rodolfo Valdéz hablando al oído de Zedillo y finalmente la carta de la suerte marcada para el más improbable ganador: Alejandro González Alcocer, el enemigo jurado de Kiko. Las malas lenguas definieron al triunfador como un típico símbolo tijuanense de la Avenida Revolución: "un burro que se rayó".
Cubrí la fuente del Ayuntamiento durante el segundo y el tercer año de Kiko Vega y confieso que me divertí. Aquello era como haber penetrado las páginas de una novela de Jorge Ibargüengoitia. Un reportero lo que busca son notas fuertes y el Palacio Municipal estaba lleno. Mis principales proveedores de información para denunciar las corruptelas de la alcaldía eran los propios panistas. Pronto me di cuenta que la mina de oro informativa estaba en la oficina del síndico Marco Antonio González Arenas, el encarnizado detractor del alcalde. Los regidores Héctor Moreno y Manuel González Reyes, antikikistas confesos, también aportaban lo suyo. En realidad casi toda la fracción panista del Cabildo operaba contra Vega. Un día sí y otro también, yo publicaba notas sobre tal o cual irregularidad. Trampas groseras en reglamentos; extorsiones de los inspectores a los restauranteros chinos (un escándalo que le acabó por costar la cabeza a Xóchitl Morales, sucesora de Roberto Lau) extrañas transferencias presupuestales; exámenes antidoping duplicados; los operadores del alcalde fotografiando a los empleados de Sindicatura en sus correrías por la Zona Norte; Kiko furioso gritándole al síndico "a un alcalde no se le reta". Si algún día tengo el tiempo y la paciencia me voy a divertir en la hemeroteca de Frontera leyendo los ejemplares de 2000 y 2001 donde la columna Agua Caliente que yo redactaba era un verdadero circo surrealista.
Me di cuenta también que ese alcalde sonriente perdía la paciencia con facilidad y su buen humor se descomponía en furiosos arrebatos. Kiko estaba solo e intentaba gobernar sin apoyo alguno de un cabildo hostil, donde sus principales adversarios eran los regidores de su partido. Moreno y González Reyes eran los golpeadores, mientras Jorge Ramos jugaba a dos manos. Yo hice una fructífera alianza informativa con David Reyes, uno de los ediles más serios y trabajadores que ha tenido el panismo. Por si fuera poco, desde el Gobierno del Estado los magallones atacaban sin piedad. El secretario de Gobierno, Jorge Ramos (el padre) no ocultaba su franca animadversión hacia Kiko Vega. El gobierno estatal hizo lo que pudo por bloquear al ayuntamiento kikista. La disputa por unos terrenos en la tercera etapa del Río Tijuana los enfrentó en una larga guerra de desgaste. El cisma azul derivó en las expulsiones del partido de González Arenas, González Reyes y Moreno por parte de los anti kikistas, y de Ricardo González Cruz y Víctor Lagunas por parte de los adeptos al alcalde.