Ahí permanecían escondidos, huyendo de la justicia al verse implicados en el caso Ayotzinapa, como autores intelectuales de lo ocurrido en Iguala, Guerrero, el pasado 26 de septiembre.

De vivir con todos los lujos que su posición política les permitía, pasaron a instalarse en una casa humilde en una zona popular. Sin muebles más que lo indispensable, ni loseta que frenara al polvo. Las paredes desgastadas y sucias, apenas adornadas por un sombrero y un cesto, engrandecían, al menos como una ilusión, a las pequeñas habitaciones que conformaban la casa donde vivían escondidos en compañía de siete perros french poodle.
Según los reportes federales, Abarca y su esposa habrían pagado al menos 4 meses de renta por adelantado para asegurar su estancia en ese lugar al que consideraban seguro. Quizá por su fachada sencilla, libre de lujos, nadie habría pensado en buscarlos ahí, pero fue justo quien les rentaba, la persona que delató su paradero con el fin de facilitar la captura.



Con apoyo de CISEN, la Policía Federal arrancó un operativo para detener a la pareja prófuga, donde reportan que solo rompieron la chapa del portón principal. Ni Abarca ni Pineda trataron de huir o resistirse a la aprehensión y ambos fueron trasladados a las instalaciones de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO) para dar sus declaraciones sobre el caso de Ayotzinapa, esperando que así, puedan encontrar alguna pieza clave que arroje la ubicación de los 43 normalistas desaparecidos a manos de la Policía de Cocula y el crimen organizado.
Con información de El Universal, Aristegui Noticias y Alto Nivel.
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Elizabeth.rosales@sandiegored.com