Había escuchado hablar de este mural, lo había visto en algunas fotos, pero hasta hoy pude verlo en vivo y a todo color. Don José Aguirre Lomelí tuvo el detalle de invitarme a su casa, que es en sí misma una galería interminable, sin duda uno de los espacios artísticos más ricos y diversos que existen en la ciudad. Es la casa de un verdadero cultor de las artes, lo cual se palpa y respira desde el exterior.
El mural La vida de Tijuana, obra de artista José Joel González Navarro, comenzó a ser pintado en 2013. Doce años después, la obra incluye los retratos de más de mil personajes de nuestra ciudad a lo largo de un siglo de historia, los rostros de mujeres y hombres que desde muy diversas trincheras le han aportado o le aportan algo a esta noble esquina noroeste. Pienso que el mural bien pudo llamarse Tijuanenses, como la obra de Federico Campbell y por supuesto, la condición más encarnizadamente tijuanense es ser nacido en un lugar diferente a Tijuana. Claro, se sobrentiende que no están todos los que son y siempre faltarán muchísimos, pero creo que la selección brilla por su pluralidad y eclecticismo.

Como declaración de intenciones, es como si multiplicaras por diez el Sueño de una tarde dominical en la Alameda de Diego Rivera. Es como La región más transparente de Fuentes o La comedia humana de Balzac. Aquí están los rostros del lugar donde empieza o termina la patria; la puerta de entrada o salida de Latinoamérica; la orilla, el umbral, el filo de la navaja; el borde y el bordo, habitado por mujeres y hombres a quienes hermana el aferre, la terquedad, el espíritu combativo, la creatividad o la pura y llana cabronería. Seres procedentes de muy diversos rincones del país y del planeta creando un mosaico multicultural siempre abierto al mundo, una suma de voluntades, de historias de vida, de proyectos personales y colectivos, de emociones y de sentimientos, de naufragios, trampas y catarsis.
Acaso un termómetro para medir mi cada vez más radical tijuanidad, es que a casi todos mis contemporáneos los conozco y con casi todos he hablado por lo menos una vez. A muchos los he entrevistado, con algunos he emprendido proyectos o compartimos alguna anécdota y a unos cuantos que cuento con una mano los considero mis amigos. También me sorprende que no son pocos los que conocí y ya no están.

Los Trillizos nayaritas, Leonel, Lorenzo y Luis Torres Pacheco, heredaron la obra de González Navarro y le han dado continuidad. Obvia decir que este mural no se acaba de pintar nunca y que la parte más fascinante de esta historia, es la que aún está por escribirse y que los mejores personajes serán los niños tijuanenses que hoy son pequeños o que aún no nacen. A veces me da por ser optimista.
PD- Por alguna inexplicable chiripa y sin tener mérito alguno, mi cara fue a colarse a ese mural. González Navarro se basó en una foto mía de cuando era un recién llegado a la ciudad, hace muchísimos años y bastantes kilos. Eso sí, qué gran honor aparecer a un lado de don Alfonso López, patriarca de la Librería El Día. No pudieron elegirme mejor compañía.

Lo verdaderamente atípico e inverosímil es que aparezco con saco y corbata. Uno de los deseos que le he pedido al genio de la lámpara es no tener que volver a ponerme una corbata en el resto de mi vida y poder seguir siendo a placer un incurable fachoso eternamente mal vestido. Es muy poco probable que vaya a cortarme el pelo o la barba, pero les juro que hoy estoy haciendo mi mejor esfuerzo para volver a pesar lo que pesaba cuando esta noble ciudad me dio la bienvenida.
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